Hablaré de textos. Libros. Artículos. Películas. ¿Música? De lo que me dé la gana y como me dé la gana. Insolentemente dicho.
¿La JMJ?: Un cuento
Mi Berlín

Mi Berlín comienza en 2008. Un febrero. Frío centroeuropeo. Hubo en aquella primera visita más proyecto que eficacia, pues la enormidad de la ciudad nos revolvía constantemente los horarios y los planos. Nuestra curiosidad conquistadora tuvo, con todo, algunos éxitos. La andadura por la Museuminsel, por ejemplo. Es un paseo doble y simultáneo: recorres la Antigüedad y recorres el afán germano por rescatarla. Nunca Egipto, lo reconozco, fue protagonista de mis desvelos, pero Nefertiti bella y tuerta me miró y por ese instante, sólo por ese instante, quise explorar la entraña piramidal del Nilo. Ante el Altar de Pérgamo sufrí lo que esperaba: uno de mis abcesos mitológicos. Recuerdo mucho nuestra tensa búsqueda del Muro superviviente y una ligera decepción al encontrarlo, al filo ya de la oscuridad: tenía poco color aquella Gallery del Lado Este. Hubo otras muchas cosas, muchas otras visiones. Hubo la visita a un campo de concentración en la que no quise participar. Hubo cerveza y hubo currywurst. Hubo una multa injusta y hubo un paraguas perdido. Hubo H. Hubo sobre todo esa sensación, tan balsámica, de crecer en belleza junto a gente querida.
Mi Berlín prosigue en julio pasado. Verano inofensivo y hasta camuflado de otoño. Mi hábitat perfecto, aunque moleste el agüilla a los turistas. Fue, ha sido, el cenit de mi enamoriscamiento con una ciudad que recorrí más exhaustivamente que aquel invierno. La soledad ayuda a la profundidad. Y la llovizna me pone tonto. Creí recorrer junto a las losas que esqueletizan el Mauer el camino de mi tumbo hacia la Contemporánea. Visité lugares visitados y disfruté con el contraste de impresiones que imponen los años, aunque sean pocos. Me perdí buscando una cárcel de la Stasi, pero encontré en cada calle una píldora de belleza y significado. Como el Memorial del Holocausto, el monumento que conozco donde la vida ha obrado con más intensidad su milagro: pueblan los niños con su risa el intersticio entre hormigones. O las paredes del Reichstag, que conservan la huella soviética victoriosa. O ese Nikolaiviertel, Medievo reconstruido, que bien mirado no es sino una ramificación de la letal testarudez ideológica sigloventista. Pude leerme la ciudad como leerlas me gusta: en paseos sin más objetivo que la multiplicación. Disfruté una hogareña cotidianidad y paseos vistas al lago en el Tiergarten. Fui feliz con H. Fui feliz en la más grande prueba de que los hombres, aunque sea despacito, aprendemos: Berlín.