Es viernes noche en Dillon, Texas... (I)



… y todo el pueblo está en el estadio. Ahora que la temporada televisiva (estadounidense, of course) carga ya con algunos cadáveres a sus espaldas, creo que es un buen momento para recordar una gran serie: Friday Night Lights. Quitad, ignorantes, esa cara de extrañeza. Friday Night Lights se emitió en la cadena estadounidense NBC desde octubre de 2006 hasta julio de este año que se nos despide amarillándose. Cinco temporadas; 76 episodios. Premios a gogo. Y una interesantísima trayectoria televisiva. ¿Que todavía no os he contado de qué va? Joder, qué despiste. Ahora si eso.

Uno de los más fascinantes espectáculos del mundo es, para mí, el del error pontificando. La displicente mirada de la idiocia masticando uvas en la cátedra. Tuve oportunidad de verlo cuando se estrenó FNL. “Puagh, otra serie de adolescentes deportistas”, dijeron muchos perezosamente. Después cambiaron de opinión, claro, y solamente les faltó escribirle canciones al coach Eric Taylor. A muchos de esos muchos les valió el perdón la enmienda. Bien está, pero no el mío. Antes de su error estaba un episodio piloto de impecable factura y superficie. Cualquier equivocación ante aquello era un insulto. Como escupir ‘Sí, está bien’, ante El Padrino, o así.

Se dejaron engañar por lo evidente. Friday Night Lights parecía una serie sobre jóvenes americanos jugando al fútbol americano. Friday Night Lights parecía el paraíso de la hormona y la cheerleader. Friday Night Lights parecía un nicho más de la adolescencia llorona y perdis. Quiá, parecía, parecía. Friday Night Lights se levanta, desde el minuto 33 de su metraje, como una transgresión extrema. Esa escena, en la que el héroe yace quebrado en la yarda 38, define a FNL como una creación insolente. Como la reformulación de todo un género (el del cine de deportes, y no es exagerado lo de ‘cine’) y su reconstrucción con materiales más humanos por menos maniqueos.

La grandeza de FNL crece cuando se avanza a través de sus tramas y sigue sin aparecer la autocompasión, el buenismo o la llorera. FNL se construye magníficamente en el espacio, tan inmenso y tan mínimo, que hay entre un héroe y un minusválido. Pero se hace más magnífica todavía cuando anuncia su pretensión de no seguir la trayectoria de la silla, sino de escuchar el ruido de las ruedas en el rostro de los que la ven marchar. Voy a tener que dedicarle más entradas a esta serie y, como conozco a mi audiencia, sé que no me hace falta decir que también hay pivones y pivonas en la serie para mantener vuestra atención y dosificar vuestra paciencia.


 P.S. Una de las cosas que le debo a Friday Night Lights es mi afición por el fútbol americano, un deporte que supe concebido a mi medida cuando supe que es, en esencia, un engranaje de estrategia y táctica. Pero, de deportes, seguro que os habla mucho mejor este señor.

2 comentarios:

  1. Soy un mal amigo, lo reconozco. Además de darme nuevos temas para mi blog de deportes, me enlazas con un hipervínculo. A cambio podría alabar esta entrada, o el blog en conjunto. Sin embargo, considero que el talento no requiere aduladores gratuitos. Sigue así. Un amigo y un lector.
    Miguel.

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  2. Por esta vez, has conseguido evitar mi cólera...;-D.

    Gracias por leer y comentar.

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