Ésta era la frase que decía Félix Baumgartner cada vez
que, en los meses de entrenamiento para romper la barrera del sonido en caída
libre y sin ayuda mecánica, se enfrentaba al momento crítico de la misión. I'm on my own significa algo así como
"ahora dependo sólo de mí". El día que se produjo el salto
definitivo, postergado un par de veces y pasto por eso del humor de la horda,
Baumgartner no lo dijo. O yo no se lo oí decir. Era precisamente el momento en
que más cabía hacerlo: había subido 39.000 metros, hasta
situarse con su cápsula por encima de la estratosfera. Había abierto la puerta
por la que habría de saltar y había visto la Tierra en perspectiva. Le esperaba
una caída de más de cinco minutos, en la que su cuerpo alcanzaría casi 1.200 kilómetros a
la hora. Os podéis imaginar: la adrenalina es desde entonces para Félix sólo un
entremés.
Si su acción es épicamente relevante no lo es por la
retórica ‘superhumana’ con que algunos la han rodeado, sino precisamente por lo
contrario: su humanidad. Es profundamente humana esa ambición por quebrar los
techos, por ampliar los horizontes, por horadar todo aquello que le ponga traba
a la superación y a la curiosidad. Se me dirá que el entrenamiento sistemático,
concienzudo, casi mortificante, hace de hombres como Félix, de nuevo,
‘superhombres’. Yo diré ‘mentira’, que es por cierto una palabra preciosa.
Mentira porque el entrenamiento o, por mejor decir, las fuentes a las que apela
el entrenamiento, son también humanísimas: esfuerzo, compromiso, pasión,
perseverancia. Mentira porque el fruto del entrenamiento, porque el éxito o el
fracaso, no roban la ‘humanidad’ a quien lo practica y lo pone en práctica.
Rechazo la idea del superhombre porque es una
simplificación torpona. Esta tendencia, no sé si exclusivamente española pero
desde luego españolísima, de explicar el orbe todo a través de metáforas
deportivas dice más de nuestras carencias que de nuestras habilidades
imaginativas. Para lo único que sirve, y ésa es seguramente la razón de su
éxito, es para que nuestra conciencia maniquea se sienta cómoda, repantingada
en el inmenso estadio que columbra que es el mundo. Entre las reacciones al
salto de Félix también pudo contarse otra simplificación, de apariencia
distinta pero de naturaleza idéntica: la de los que despreciaban el salto por
ser el capricho espectacular de un aventurero. No sólo daba igual que la caída
de Baumgartner aportase datos para futuras investigaciones, sino que escocía el
patrocinio privado y la retransmisión mundial.
Desde luego, el salto del austríaco debió parecerles una
afrenta imperdonable a aquellos que defienden con fervor incansable esa
‘ortodoxia’ caduca de la ciencia, que consiste en oscuridad, aislamiento y
criptogramas. Pero su imagen astronáutica era una lección, ahora que se multiplican
las interpretaciones del hombre como títere, sobre la posibilidad de quebrar,
solos aunque nunca del todo, lo que ayer parecían muros insoslayables. I’m on my own no es sólo una frase, sino
un proyecto realizable.