Memoria de Valle-Inclán


Cuando una noche de insomnio cualquiera, uno descubre que el remedio para liberarse de esa especie de angulosidad que le incomoda en la mente y no le deja cerrar los ojos es ponerse a escribir, suele llevar consigo una nómina, tan larga o corta como lo sea su voracidad lectora, de escritores. En la mía, no muy amplia pero de una irreductible lealtad, Valle-Inclán ha ostentado siempre, como mínimo, una capitanía. Son muchos y variados los criterios que uno sigue para confeccionar ese paraíso referencial que le ayudará en sus búsquedas narrativas: Valle-Inclán entró en mi background antes por su aura novelera que por su escritura.

Era un gallego de eremítico perfil y escarpado talante. Hombre de prole superpoblada y conversación en filo. Fue corresponsal en la Primera Guerra Mundial, viajó a México y perdió un brazo en Madrid, dicen que discutiendo a bastonazos la legitimidad de un duelo. Tenía todo lo exigible para convertirse en uno de mis héroes. Y en eso se convirtió efectivamente. Un poco después leí Luces de bohemia y su lírica exploración de lo maldito transformó para siempre mi escala de heroicidades. El periplo de ese escritor ciego y miserable que es Max Estrella no sólo era una radiografía de España, sino un manifiesto de estilo. Dicen que inaugura y quintaesencia el ‘esperpento’. No lo sé. Sí sé que Luces…es una alquimia irrepetible de tierno y oscuro lirismo.

Evidentemente, no pude quedarme ahí. Corrí a la biblioteca y rebusqué hasta encontrar unas Obras completas. Eran dos volúmenes grisamarillos de Espasa, sólidamente contundentes. 5.000 páginas del ala. Dejé a un lado la poesía. Era verano. El último verano que viví con la suave libertad de los niños. Lo dediqué entero a Valle-Inclán y cuando levanté mis ojos de su prosa y su teatro, dos meses y medio después, mi escritura había quedado transformada para siempre. Encontré leyendo a Valle-Inclán esa veta creativa en la que mi inquietud estilística podía encontrar mayor acomodo. Supe que mi voluntad y mi manera de trabajar con el castellano tenían un refugio en aquella ‘casa’ que Umbral (otro de mis corazones) definió como “aquella que consiste en contar las cosas como sabemos que no han sido”.

Femeninas y Epitalamio, tan bellas como juvenilmente imperfectas, son el germen de la fronda valle-inclanesca que empieza a consolidarse en Jardín Umbrío, ese magnífico abanico de relatos que veo últimamente en las manos de un amigo, tratado con una indiferencia inconsciente. Flor de santidad le da a la ruralidad literaria un nuevo nervio de luz y profundidad. Pero nada a la altura de las Sonatas como empresa narrativa y edificio estilístico. Ese Marqués de Bradomín crepuscular y dandy es uno de los mejores personajes creados en la historia de la literatura española, y uno de los personajes mejor creados. Su andanza sensual y palaciega la convierte Valle-Inclán en una inmortal cima de belleza. En las Sonatas vibra tan fuerte que hasta zumba ese compromiso artístico que aspira a que la forma y el fondo no se contradigan.

Ese mismo planteamiento es el que preside las que, para mí, son las otras dos grandes obras de Valle. La trilogía sobre la Guerra Carlista y Tirano Banderas. En la primera, tres libros fantásticos en el más puro sentido de la palabra, en los que la prosa se embarra y se oscurece, se torna montaraz pero no pierde su potencia. El verbo y el adjetivo siguen disparando belleza en cada frase. Tirano Banderas representa, afirman, uno de los mejores ejemplos de ‘literatura del dictador’. Para mí, la exploración que en esa obra hace Valle-Inclán de la carne de la tiranía termina de coronarle en la genialidad.

Este año que acaba se han cumplido 75 años de la muerte de Valle-Inclán. Como no existe mejor homenaje a un escritor que leer su obra, así he querido contribuir a su memoria. Perdonad que me haya mezclado con el texto, pero tenía que hacerlo.

4 comentarios:

  1. Como lector te felicito, como referido amigo me rebelo: Si un error contabilizo a Jardín Umbrío es su edición; una ordenación ¿quizá buscada? de menos a más en lo referente a calidad e interés de los relatos.

    Otro error -este únicamente mío- fue hablar precipitadamente después de leer el más flojo de ellos. Me bastaron las cinco páginas de la narración siguiente para reconocer de puertas para dentro mi error. Gigantesco, por cierto. Con esta obra acabada y convenientemente disfrutada sería buen momento para tomar un 'Café Comercial' sobre Valle-Inclán.

    Por lo demás me sumo al bien merecido homenaje a este gallego tan (póngase lo que se quiera aquí, casi todo vale). Un genio...'Jodíos' gallegos, qué bien escriben.

    Y tú, que estás en las antípodas de ser gallego, también mereces reconocimiento. Buena entrada. Te lo digo indiferente e inconscientemente. Para qué hablaré...

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  2. Todavía recuerdo cuando leí Luces de Bohemia, donde nada era blanco o negro, sino que todo estaba desenfocado...
    Valle-Inclán, todo un llamamiento a la rebeldía contra la simplificación burda, toda una denuncia contra la estupidez. El encanto de la complejidad en una personalidad como mínimo compleja.
    Un abrazo!

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  3. Gracias, Miguel. Y no me tomes demasiado en cuenta la mención, hombre. Es solo que tu precipitación al valorar 'Jardín Umbrío' me venía perfecta.

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  4. Gracias, Alejandro.

    Estoy totalmente de acuerdo con tu valoración de 'Luces de bohemia'. Y, por supuesto, con lo que dices sobre Valle-Inclán: cuanto más se profundiza en su obra, más percibe uno una inteligencia y un estilo inmensos.

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