El autobús |
Se pasó a la Bulmer’s. Una sidra sin gas, más ácida que
dulce y con la ventaja de no emborracharle de sabor amargo. La Bulmer’s, creía
él, era una especie de desobediencia en aquellos pubs poblados por vasos llenos
de oscuridad. Le gustaba ver su vaso, en decenas de barras de decenas de
sitios, brillando áureo entre los demás, subrayando su tiniebla con su luz
dorada, gritándose burbujeantemente diferente. Le llamaban chica y le afeaban
la blandura, pero estaba contento sintiéndose un elfo del bosque, o así.
Además, la ligereza de la sidra le alargaba la lucidez. Digan lo que digan, la
lucidez es una capacidad del sentimiento. Esa prórroga de la inteligencia
inalcohólica (hay, dicen, una inteligencia alcohólica) le dejaba mirarles
despacio, con una cierta distancia que siempre le ha gustado. Le dejaba ver su
diversión, sus bromas, sus gestos. Le dejaba percibir cómo crecía una cuadrilla.
Le permitía apostar con furia, sabiendo que acertaba, a que ‘Knockin’ on Heaven’s
door’ la escribió Dylan y no los Guns N’ Roses.
Al grupo se unió pronto Diego. Gallego de acento y
regionalismo, pero buen chico. Era divertido asistir a sus enganchones con
Alberto, ése choque insoluble de orgullos patrios. Algunas veces Daniel
terciaba en la disputa, pero casi siempre dejaba que fuese Pablo quien lo
hiciese. Pablo era de Madrid, y hablaba con esa lejanía cínica y cheli que es
algo así como la lengua materna de los madrileños. Su hecho diferencial, además
del hecho diferencial de no tener hecho diferencial. Pablo fue fundamental.
Consolidó el espíritu aventurero y senderista de la cuadrilla, y logró que los
fines de semana se ensanchasen las fronteras y les entrasen en los ojos
jardines palaciegos, pueblos costeros o focas en peñascos bañados por un mar
frío y frío. Su bonhomía, además, le hacía blanco perfecto de la amistad de los
más extraños especímenes. Su historia con dos hermanas de Camas, “Las Joyitas”
por apodo, merece ciclo aparte. Estaba también Neus, femenina y serena. Y
Martina, que se encendía hablando de verbos, de naciones, de guerras y de
sinónimos de Berlusconi.
Todos hemos hecho el tonto... |
Estos textos, me doy cuenta ahora que acabo, han hablado
poco de Dublín. De Dublín como Dublín, quiero decir. Sospecho vuestros rostros
decepcionados, pero no voy a pedir perdón a aquellos que tengan este Rincón por
una guía de viajes. Daniel no recuerda Dublín como ciudad, casi nunca. Recuerda
el tranvía por una conversación telefónica, o la estatua de Molly Malone por un
chupete. Un parque grande y verde por las bicis y un pub rojo y oscuro por el “greedy”.
Un autobús por las risas y cientos de calles por los abrazos, las bromas, los
silencios. Daniel recuerda Dublín como una amistad. Y como una amistad ha
aparecido aquí, porque todo paisaje es un paisaje sentimental.
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