La última película de José Luis Garci, Holmes y Watson. Madrid Days tiene color de despedida. Que tiene
abundancia de ambigú, una buena serie de sombras tupidas y esa sabiduría
incandescente y algo dolorida que suele caracterizar el adiós de los
inteligentes. No digo que sea un adiós definitivo o tajante, porque eso nunca
se sabe. Ni las cataratas de Reichenbach (hogar en este tiempo nuestro de una
forma ricachona de frikismo) fueron lo bastante riscosas. Pero sí me parece que
Garci tiene a partir de ahora un adiós en cada claqueta. O, al menos, una
incertidumbre del futuro, que diría su Holmes. Es posible que lo haya tenido
siempre y que por eso su cine esté instalado en la justa distancia emocional
que lo hace imprescindible para algunos e inentendible para muchos. En todo
caso, las despedidas tienen rasgos malos y buenos rasgos. En la parcela
primera, que la sensación de tiempo en fuga distrae algunos acabados; en la
segunda, que la sensación de tiempo en fuga aviva la audacia, y se pare un
Sherlock propio que pone a sonar a Albéniz en Baker Street.
Si el Holmes de Garci es propio y no común se debe en gran
medida a esa noción de despedida: le sale un detective austero de gestos y
moral, elegantemente desapasionado, consciente ya quizás de que la grandeza se
erige con ladrillos pequeños. Le sale un Holmes en retirada, que mira mucho el
reloj mientras suspira, que ejerce el cinismo educado de los que han ido, han
vuelto y saben, aunque volverían a emprenderlo, que el viaje no era para tanto.
Piquer lo entendió y bien está. La fisonomía ética de este Holmes crepuscular
es uno de los dos puntos sobresalientes de una historia de misterio
convencional (dicho sea en tono neutro), que se enfanga un tanto persiguiendo a
Jack el Destripador por las orillas escasas del Manzanares y se aclara otro
tanto en una trama mitad lúcida mitad conspiranoica sobre poderes y
aristocracias conchabadas en su corrupción y en su codicia.
El otro punto sobresaliente de la película son sus diálogos.
No importa que hable una cabaretera locatis (genialmente interpretada por
Macarena Gómez) o Galdós (Carlos Hipólito es casi infalible), da igual que Watson
y su esposa Mary (José Luis García Pérez y Leticia Dolera) se calienten en la
cama o que el periodista Alcántara (muy bien Víctor Clavijo) explique su
pasado. En casi todos los diálogos hay pulso, medida, interés y una vocación de
análisis que tiene en algunos casos brillos postizos, pero que les da en
general profundidad y, de nuevo, esa pátina melancólica que extiende sobre las
cosas la inminencia de una despedida. Es una lástima que el personaje de
Holmes, la enjundia de los diálogos y la factura, como siempre maestra, no sean
bastante para elevar la película más allá de la corrección, ese terreno que, cuando
se habla de genios (Garci lo es para mí) siempre supone un fracaso, aunque sea
relativo.
Holmes y Watson.
Madrid Days tiene un metraje largo, y resulta excesivo porque no está
aquilatado, es decir, que le sobran escenas, fragmentos, esquinas que tienen
quizás una vocación estética, que portan una belleza intrínseca, pero que no
aportan nada a la película y difuminan la habilidad de Garci para, como haseñalado Bachiller inteligentemente, narrar la cualidad polifacética de la
mayor parte de los temas de nuestro mundo. Me preocuparía esta eventual
torpeza, si no tuviese la sospecha de que Garci la sospecha. Por eso, quizás,
pone en boca de su Holmes una reflexión sobre la idea y su praxis, sobre el
edificio y su boceto, que contiene muchas más honestidad, en lo que a creación se
refiere, que los fútiles ejercicios de autorepetición en los que otros llevan
años empeñándose.
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