Una jauría de conspiradores togados había desangrado a
Julio César sólo hacía unos meses. El garante de su testamento, el sanguíneo
Marco Antonio, había acabado dispersando a los magnicidas y capitalizando el
poder vacante. Marco Tulio Cicerón, cuya relación con César había sido tan
problemática como cabía esperar entre dos hombres de tal inteligencia y tal
carácter, se llevaba peor todavía con Marco Antonio. Cuando éste se hizo con el
poder, Cicerón trató de menoscabarlo, tanto en lo político como en lo
intelectual, con las Filípicas. Sus
intentos fueron vanos, y no le quedó más viaje que el de la retirada a una de
sus casas de campo.
Desde allí, plenamente consciente de que la hora de su
asesinato no tardaría en llegar, escribió Sobre
los deberes, un tratado moral a modo de epístola dirigida a su hijo. En
esta obra, compuesta de tres libros, Cicerón vuelca no sólo toda su sabiduría, sino
también toda su intimidad sentimental. La grandeza de Sobre los deberes, considerada por algunos la mejor obra
ciceroniana, es a mi juicio la que se deriva de su condición de llanto. En
ella, Cicerón clama por el respeto de una serie de principios sociales e
individuales que estarían disolviéndose entre las luchas intestinas y la
dejadez cívica. Sin esos principios, no hay futuro, ni felicidad, ni grandeza.
La travesía de Cicerón por el tejido de valores y
contravalores que constituía la pulpa moral de Roma y que, a su juicio, era
corresponsable de su grandeza no deja lugar a dudas sobre el esfuerzo que
requiere una moral. La virtud es el deporte más duro, pero es también el más
gratificante. La honestidad, la justicia o el valor son los principios con los
que el hombre, y por lo tanto la sociedad, debe comprometerse. Pero que sean
los principios obligatorios no quiere decir que sean los principios cómodos: su
defensa conllevará un coste en sufrimiento y dolor que el hombre debe estar
dispuesto a admitir.
Ésa es la responsabilidad cívica definida por Cicerón, la
del hombre comprometido con lo valioso a pesar de su coste. Me llaman la
atención su firmeza y su severidad. Su implacabilidad en la apuesta por el
compromiso doloroso. Quizás es que me ha tocado vivir tiempos adolescentes y no
estoy acostumbrado.
P.S. Asistí ayer a un diálogo sobre una educación para el siglo XXI entre Claudio Naranjo y José Antonio Marina. El terapeuta y el filósofo charlaron de educación, valores, valentía, ética, virtud, libertad, amor, futuro y crisis. Por si os interesan algunos de estos temas, os informó de que haré en este Rincón reseña del diálogo en los próximos días.
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