Hasta hace unos días, en Corea del Norte imperaba un señor de
frente lisa y pelo retrasado, un anciano de rostro anodino y asesino
comportamiento. Se llamaba Kim Jong Il. Su muerte e inhumación, de las que yo
insolentemente me alegro, tuvieron múltiples y variadas consecuencias. La
primera, y la que me interesa ahora mismo, fue mediática: los televisores de
todo el mundo colorearon las imágenes de millones de norcoreanos sollozando
desconsolados por la muerte de su Querido Líder. No recuerdo, y me alegro de no
hacerlo, despojos tan llorados. Por llorarle, le lloró hasta un chufla uniformado de Tarragona.
En todas esas crónicas, ideadas en el barro de hechos y
sospechas que genera todo búnker, destacaba la idea de que los norcoreanos
lloraban tanto para esquivar la trena. Pena de cárcel y tortura para todo aquel
que no llorase lo suficiente, que no se tamborease el pecho, que no mostrase su
humilde y desprotegida y quebrada alma devota. No me cabe duda de que es
cierto. Así son los tiranos: muestran incluso muertos su infinito y maloliente
afán de protagonismo. Pero dudo que ésa sea toda la verdad e incluso dudo que ésa
sea la parte importante de la verdad.
Lo duro y valioso de esas imágenes es que mostraban un llanto
verdadero. Lo triste, lo oscuro y lo profundamente doloroso de esas lágrimas es
que la mayor parte de ellas eran sinceras. Supongo que esa convicción es la que
me movía a la repugnancia al ver el desconsuelo norcoreano. Esa histeria
colectiva y acongojada era una de las más puras demostraciones de que el
totalitarismo sigue vivo que he recibido en mi vida. Kim Jong Il destiló ese
elixir de comunismo y dominación que tantas tumbas ha cavado en la Historia y
construyó en Corea del Norte una pesadilla inescapable y rigurosa de miseria y
terror.
El llanto (espasmódico, irrefrenable, inescondible) por el
artífice de una de las más potentes aventuras antihumanas contemporáneas, como
el llanto por todos aquellos que han precedido al norcoreano en esta empresa
lúgubre y letal, revela la esencia del totalitarismo. O, más bien, la
consecución de uno de sus objetivos nucleares: la dominación absoluta. Si el
totalitarismo está en mi diccionario como una de las más tupidas tinieblas
humanas no es sólo porque se dedique, con homicida delectación, a destruir todo
el edificio de instituciones, derechos, obligaciones y balances que le dan
rostro a la libertad humana.
Es, también y sobre todo, porque aspira a derribar la ‘ciudadela
interior’ que el gran Isaiah Berlin señaló como el único lugar de supervivencia
de la libertad cuando ésta es atacada en todos los frentes y sin descanso. El
totalitarismo aspira así a la aniquilación de los hombres, porque aspira a
privarlos de su esencial naturaleza, no sólo de su capacidad de obrar, sino de
la capacidad para pensar en obrar. Es tan repugnante que proyecta el asesinato
del futuro. Es tan radicalmente contrario a la humanidad que tiene que robar
hasta las lágrimas que se le tributan.
Muere el "Gran Hermano" norcoreano.
ResponderEliminarLarga vida (eso sí, vida más allá de la muerte) al Gran Hermano, quiero decir, al ¡¡Querido Líder!!
Un abrazo fuerte.
http://suenosextdia.blogspot.com
Yo sí me alegro esta vez: no con el final de Bin Laden, Sadam y Gadafi, que tenían que haber pasado por la Corte Penal Internacional... Aunque parece que el hijo va a seguir por el mismo camino.
ResponderEliminarMe vuelvo insolente como el autor del blog: ¿No os parece que desde Occidente criticamos otros regímenes (Cuba, Venezuela, la propia Corea del N) sin hacer una reflexión crítica sobre el nuestro? Tendemos a demonizar, y aunque estoy en contra de cualquier dictadura, nos creemos que nuestra democracia es perfecta (o incluso que es democracia), la "exportamos" confiados que hacemos un favor a la humanidad. Debate ON.
PD: Dos cosas buena del pajarraco norcoreano: la peli "Team América" y que guardaba un autógrafo de Michael Jordan. Tenía buen gusto baloncestístico
Estoy de acuerdo contigo, Alejandro, en que Bin Laden, Hussein y Gadafi deberían haber sido sometidos a un juicio por la Corte Penal Internacional. El procedimiento no fue el correcto, pero eso, hablándote sincera y personalmente, no hizo que yo me alegrase menos de sus muertes. Si hubiesen pasado por la Corte me habría alegrado mucho más, desde luego.
EliminarSobre lo de la 'arrogancia de Occidente'...Uhm. Me has tocado la fibra. He sido siempre extraordinariamente contrario a esa especie de 'autoinculpación' de Occidente que cunde en muchos discursos, no sólo porque me parezca intelectualmente erróneo, sino también porque me parece ciertamente cobarde.
Lo que esconde en realidad es un relativismo paralizante que sencillamente no sirve para el análisis, sea éste de la índole (política, filosófica, cultural, histórica) que sea. Afirmar esto no significa que el sistema occidental sea perfecto (desde luego, es el que más se ajusta a lo que yo espero de una sociedad), pero sí que es mejor que cualquier tiranía. Me da igual su signo.
La cuestión de la exportabilidad de la democracia es muy, muy interesante. He leído un poco sobre ello pero no sé si cuento con los recursos intelectuales necesarios para mantener una discusión mínimamente razonable sobre el asunto. Sintetizando algunas de mis intuiciones, te diré que no confío demasiado en la exportabilidad del modelo occidental, pero no lo hago no porque no confíe en su valor intrínseco, sino porque dudo de las posibilidades de su implantación en lugares en los que no se haya dado, a lo largo de la historia, todo lo que se ha dado en Occidente y que ha contribuido a forjar lo que tenemos.
Un abrazo.
Una democracia, por imperfecta que sea, es preferible a cualquier dictadura. Lo que ocurre es que nosotros la miramos desde Occidente y la criticamos; algunos no se dan cuenta de la libertad que realmente tienen hasta que la pierden, como todo. Cualquier persona que venga de una dictadura tan férrea como las aquí mencionadas, ya sea la de Cuba, ya fuera la de Pinochet (y si hablas con alguien que se encuentre en ese caso, te lo afirmará) se siente la persona más libre del mundo en una democracia, por muy imperfecta que sea.
ResponderEliminarLo paradójico es que nosotros vemos esa imperfección cuando algo no nos gusta y nos quejamos lo cual se llama, precisamente, libertad, que es otorgada por la democracia... Lo que no lo es es obligar a alguien a abstenerse de participar democráticamente en unas elecciones y votar a quien quiera, por ejemplo.
Lo triste es que son simplezas que todos conocemos y que, cegados por la manipulación de sus semejantes, algunos fingen olvidar.
Estoy básicamente de acuerdo contigo, H.
EliminarConcretas algunas de esas 'simplezas' a las que yo me he referido en mi contestación a Alejandro. La frase 'Una democracia, por imperfecta que sea, es preferible a cualquier dictadura' tiene todo mi refrendo. Siempre lo será y lo será en cualquier circunstancia.
Esto que tenemos es además, aunque perfectible, muy valioso. Y por eso a mí, como a ti, no me parecen responsables algunos llamamientos a sabotearlo, minarlo o deslegitimarlo en favor de otros modelos de sospechosa construcción intelectual y, sobre todo, de inciertos desarrollo y futuro.
Un abrazo y gracias por participar.