The Walking Dead: civilización vagabunda


(Éste artículo contiene, sí, spoilers)

Los zombis, esos gargajos de la muerte, siempre me han producido la sensación para cuya multiplicación están expresamente inventados: repulsión. El género de terror, del que son protagonistas destacados, jamás ha tenido hueco en mis preferencias y siempre he percibido como misteriosa (sospechosa, incluso) la delectación de algunas personas frente a una pantalla de sangre, víscera y sobresalto. La voluntad de sufrir. Por eso es tan extraño que me enganchase a The Walking Dead. Podría pedantemente decir que fue la presencia de Frank Darabont, artífice de la sutilísima Cadena perpetua, la que me atrajo a ella. Pero mentiría cual bellaco. De hecho, todo conspiraba, ay, contra nosotros. A mi disgusto por el género se sumaba la circunstancia, extrañísima en mi vida, os lo aseguro, de que cuando empezó a emitirse en España yo vivía en una casa en la que estaba solo la mayor parte del tiempo. A la conspiración universal se sumaba también el hecho de que arrastraba el peso de 23 asignaturas: sólo la mitad de ellas habría bastado para que alguien notablemente irresponsable se dejase de ocios. Pero mis escalas no son de este mundo.

Esa irresponsabilidad, no tanto activa como existencial, me ha dado por cierto algunas de las mejores cosas de mi vida. Como por ejemplo, H. Pero eso os lo cuento otro día. La irresponsabilidad me llevó al sofá y la lealtad a mi irresponsabilidad me mantuvo en él. Descubrí así una serie de televisión tan desagradable como intrigante, tan tradicional en sus puntos de partida como osada en la manera de desarrollarlas. Un sheriff recibe dos tiros, está un tiempo en coma y, cuando despierta, el mundo que había conocido ha desaparecido. Lo que lo ha sustituido es una suerte de limbo salvaje plagado de no muertos con una inapagable gana de merendar. Literalmente, una salvajada. Este artículo va a contener spoilers, pero no creo haberos descubierto ningún secreto hasta el momento. Tampoco lo haré cuando os diga lo que viene después. El sheriff comienza la búsqueda de su familia (una mujer y un hijo). El héroe emprende el camino, habría dicho el ruso Propp, inconsciente de la dimensión apocalíptica de la prueba. Pero como no quiero entrar en demasiados detalles y ésta no pretende ser una entrada sobre la serie, sino solamente sobre una escena de la serie, me callo aquí. Baste para seguir que el sheriff no es el único vivo atrincherado en su existencia. Son unos cuantos, y acaban formándose grupos entregados, básicamente, a la competencia por los recursos.

La manera en que estos grupos se defienden frente a los zombis le hace a uno preguntarse si ese ‘los muertos que caminan’ del título no tendrá un deje irónico y cabrón. The Walking Dead es la historia de una civilización hundida, resistente, precaria y vagabunda. Y si no lo es, a mí me hace ilusión que lo sea, porque ésa cualidad es lo que me ata a ella. Más allá de las tripas y las escaramuzas, The Walking Dead es una crónica triste sobre la destrucción más absoluta…y la más aguerrida supervivencia. Lo que hace que la serie trascienda el espectáculo del horror y de la sangre es ese fondo reflexivo que, sin gesticulaciones excesivas, orbita sobre asuntos clave. El primero de ellos es, efectivamente, el de la civilización. Y, en cascada, tras él, cosas sobre el miedo y la osadía, la jerarquía y la libertad, el amor y la muerte. Todas estas reflexiones se me cristalizaron en la frente, como habría dicho el poeta, frente a la escena que os traigo.



Observad atentamente esta imagen. No es exactamente el comienzo de la escena, pero nos sirve. Intentad quitar la vista de los cadáveres y fijaos en la parte izquierda de la imagen: hay un señor cano y de rodillas. ¿Por qué está de rodillas? Podría decirse que porque los muertos son suyos. Han salido de su granero, donde él los había metido sin esperar que sus invitados, el grupo del sheriff, lo descubriesen. ¿Por qué no los mataba? Amigos, ésa es la clave. No los mataba porque eran su mujer, su hijo y sus vecinos. Es decir, él, en los zombis no ve enemigos, sino familiares enfermos. El grupo del sheriff, manchado de sangre hasta las cejas, herido de pérdidas, no lo ve así de ningún modo. ¿La piedad o la supervivencia? Fijaos en los que apuntan: lo tienen claro. Fijaos en el sheriff, detrás de los tiradores, con camisa verde: duda. Reflexiona. Es consciente de que aquello no es sólo un tiroteo, sino el inicio de una nueva fase. Incomodísima fase, por cierto. Sigamos.



Eso que sale por la puerta es/era una niña. A vosotros probablemente no os resulte conocida. La estancia en la no muerte, además, ha prostituido un tanto sus rasgos. Pero a los que vimos antes apuntando sí que les resulta conocida. Llevan, de hecho, semanas buscándola. Lo infructuoso de la búsqueda había empezado, por cierto, a producir dos cosas. El cansancio del señor canoso de antes, incómodo con las armas y las bocas de sus invitados. Y las fricciones en el grupo, entre quienes apostaban por abandonar la búsqueda y los que querían continuarla. El que dirigía a los tiradores quería abandonarla. El sheriff no. Una más.



¿Qué ha pasado? ¿Dónde están los que tan firmemente apuntaban antes? ¿Qué hace el sheriff ahí, apuntando con su pistolón a la niña en cuyo rescate siempre confió? Éste es un fotograma maestro, porque condensa las reflexiones de las que os hablaba antes. Esta escena, esta imagen especialmente, es un tratado sobre el liderazgo: su dureza, su responsabilidad y su ingratitud. Pero todavía no está todo dicho.



Rick ha disparado, y su acto cierra con amargura la interesantísima lección sobre la vida en tiempos de muerte, sobre la civilización en vagabundeo por el infierno. Son extremadamente interesantes las consecuencias de su acto. Fijaos en los tiradores, que ya no apuntan. Ni siquiera son capaces de mirar el cadáver. Nadie lo mira, de hecho, salvo su autor, el sheriff. ¿Por qué no miran? Pueden ser muchas cosas. A mí se me ocurre que son conscientes de repente de su incapacidad para el poder. El cuerpo de la niña les pone ante los ojos su incompetencia, en el más profundo sentido de la palabra. En la parte derecha, hay una mujer llorando. Era la madre de la niña. ¿Es optimista su llanto, a pesar de lo desgarrado? Quizás: hasta un zombi tiene quien le llore.

4 comentarios:

  1. mui buen post me gusto mas lo de quizas: hasta un zombie tiene quien le llore xD

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    1. ¡Gracias por leer y comentar, Anónimo! Me alegro mucho de que te haya gustado el post.

      Un abrazo.

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  2. Cuan poca gente ve lo que expresas tan facil, la mayoria de seguidores de la seriela definirian con la simpleza de la palabra "zombies" pero si hya mucho mas mucho mucho mucho mas...

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  3. Oracion Lee atentamente esta oración y haz lo que te dice sin ignorar los pasos que te pide seguir, porque si no solo obtendrás los resultados contrarios de lo que pidas . Piensa en la persona con la que quieres estar y di su nombre para ti 3 veces. Piensa en lo que quieres que ocurra con esta persona en la siguiente semana y repítelo para ti 6 veces. Ahora piensa en lo que quieres con esa persona y dilo una vez. y ahora di.. Rayo de luz yo te invoco para que desentierres a -nombre de la persona- de donde este o con quien este y le hagas llamarme hoy mismo enamorado y arrepentido. Desentierra todo lo que esta impidiendo que -su nombre- venga a mi -nuestro nombre-. Aparta a todos los que contribuyan a que nos apartemos y que el no piense mas en otras mujeres que solo piense en mi -nuestro nombre- Que el me llame y me ame. gracias, gracias por tu misterioso poder que siempre cumple con lo que se le pide. Luego tienes que publicar la oración tres veces, en tres sitios diferentes. con mmucha fe y de ante mano agradezco por tu misteriosa

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